sábado, 4 de abril de 2015

Lluvia en el camino...

Por aquí, de nuevo.
Hace tiempo que no escribía y me doy cuenta que éste es el primer post del año. Desde entonces, he seguido con el fieltro en las formas que lo conozco (húmedo, nuno y agujado); estuve experimentando en teñir vellón, proceso que aún no domino; re-aprendí a tejer a crochet, con la base que tenía de cuando fui niña y con ayuda de unos videos con el paso a paso, y formé una alianza creativa con mi madre para trabajar en conjunto y vender nuestras creaciones. Esto último es lo que está más en pañales, pero con la esperanza que tome vuelo, lento pero seguro. Mucho por hacer y mucho por aprender. Sin embargo, el año pasado me dejó un sabor amargo... Murió uno de mis gatos, Oliver, el 27 de diciembre, después de estar enfermo por 5 días.






La verdad es que fue un golpe muy duro y del que no me he recobrado por completo.  Aunque la muerte no me es ajena, ya sea por profesión, en la que acompañé a muchos pacientes en sus últimos minutos de vida, y porque también he perdido a personas conocidas y familiares, este suceso no lo vi venir. Y me desarmó por completo. Sé que ha pasado tiempo y que debería estar más repuesta, sin embargo, la herida sigue. Y de mis otros críos felinos, el que más resintió su partida fue Merlín, mi flaco tierno, quien era como su hermano mayor, compañero de juegos y de siestas. Ambos quedamos con el corazón dolido, en la sala de recuperación.
Pero, la vida nos trajo un pequeño consuelo...

Caminando en la noche del 18 de enero de este año, encontré un pequeño bultito arrastrándose en la tierra, maullando, buscando desesperadamente dónde mamar. Al levantarlo, vi que era un pequeño gato, parecía más un ratón por lo pequeño y delgado, gris, con su cordón umbilical aún adherido a su panza y sus ojos cerrados. Por breves segundos, no supe qué hacer. Calculé que debía tener una semana de vida, con mucha suerte. ¿Qué haría? ¿Con qué lo alimentaría? Era domingo, no hay veterinarias abiertas, y un sinfín de dudas me asaltaron. Sin embargo, me las sacudí y pensé que de alguna forma saldríamos adelante. Lo apreté contra mi pecho, sintiendo que su cuerpecito estaba un poco frío, así que regresé rápidamente a la casa y lo dejé en un bolso pequeño envuelto con una toalla, fui a hervir agua, busqué el guatero y traté de recordar recetas de leche casera. Me apoyé en internet hasta encontrar lo más parecido a mis recuerdos, salí a comprar leche entera en un negocio cercano y le preparé su leche casera, rogando porque no le cayera mal, y se la di con una jeringa pequeña, nueva, que me quedaba de cuando Oli se enfermó. Comió, lo acomodé en un bolso con su guatero protegido por toallas y me puse a buscar entre mis apuntes los cuidados de un gatito recién nacido. Me preparé mentalmente para la odisea de darle de comer cada 2 a 3 hrs por varios días, día y noche, lo que cumplí con mucho esfuerzo, y hacerlo que orinara y defecara hasta que se valiera por sí solo, y verlo crecer hasta donde le tocara.... Sinceramente, no tenía mucha esperanza y menos después de lo sucedido con Olivito, pero este pequeño luchó y comió y creció y se transformó en un ser juguetón, consentido, un tanto peleador, pero que nos devolvió la alegría tanto a mí como a Merlín. Y se llama Timothy, o Timmy:





Aunque aún lloro cuando me encuentro con fotos viejas de Oliver, y que cada 27 ando un poco triste, y que no entiendo el porqué de su partida tan temprana, intento confiar en que todo tiene una razón para suceder, incluso los eventos dolorosos. En eso estoy, aprendiendo a vivir con los día soleados y con los días de lluvia en el camino, junto a los míos, dándole tiempo al corazón para sanar y disfrutando el día a día, porque tal vez de eso se trate la vida.